domingo, 30 de septiembre de 2012

Día de la Blasfemia 2012

Como otros años celebramos hoy nuevamente el Día de la Blasfemia. Es el aniversario de la publicación, en el diario danés Jyllands-Posten, de unas caricaturas que resultaron ofensivas a ciertos fanáticos religiosos que tienen una gran facilidad para ofenderse, a resultas de la cual amenazaron, hirieron y mataron a unas cuantas personas, mientras las autoridades de todas las grandes religiones del mundo y muchos líderes seculares se debatían entre excusas y silencios, algunos cómplices, otros meramente cobardes.


En el mundo, antes y después de esa fecha, han ocurrido y siguen ocurriendo violaciones grandes y pequeñas de la libertad de expresión y de crítica a las religiones, a sus escrituras, sus edificios, sus líderes y sus personajes ficticios. La elección de este día es, por lo tanto, una convención arbitraria. Todos los días, en algún lugar del planeta, alguien con poder amenaza a alguien con menos poder para mantenerlo en silencio sobre las falsedades propagadas por su religión; casi todos los días alguien es golpeado, herido o asesinado porque ofendido a algún dios, es decir, a una persona que cree hablar por ese dios o estar en contacto directo con él y conocer su voluntad.

El Día de la Blasfemia no tiene como propósito insultar a los dioses ajenos, pasatiempo inútil, si acaso catártico, pero más propio de creyentes que de personas que están en paz con su propia visión realista del mundo. El objetivo de este día es que nadie, por mucho poder que crea haber recibido de sus dioses imaginarios, olvide que no existen cosas sagradas e intocables, salvo aquellos derechos que los seres humanos nos hemos sabido dar y que incluyen el derecho a creer o dejar de creer, a manifestar nuestras creencias e ideologías, a criticar las creencias de los demás y a reírnos, si nos parece, de ellas, sin temor y sin ser acallados: el derecho a dialogar, el derecho a estar en desacuerdo; el derecho a no prestar atención a los textos sagrados, a tacharlos o recortarlos; el derecho a no doblar la rodilla ante los ídolos de otras personas o al paso de patriarcas o príncipes de la iglesia; el derecho a pisar cualquier suelo donde otros puedan entrar, sin importar nuestra religión, nuestro género o nuestra vestimenta; el derecho a la ironía y al sarcasmo, enemigos de la mente literal y cerrada; el derecho, en fin, a ser ciudadanos y no súbditos de ningún poder celestial.

P.D.: Este año, al menos, tenemos una buena noticia. El Comité de Derechos Humanos de la ONU, encargado de controlar la conformidad de las leyes de los países miembros con el Convenio Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, ha afirmado el derecho humano a la blasfemia, urgiendo a los países firmantes a terminar con las leyes que prohíben y penalizan la blasfemia, la “difamación religiosa”, la “provocación religiosa”, la crítica a las instituciones y líderes religiosos, etc. Esto representa una derrota, simbólica pero significativa, contra las iniciativas en favor de la restricción de la libertad de expresión promovidas recurrentemente sobre todo por los países islámicos y apoyadas por el Vaticano y otros estados conservadores.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Narcicismo

“Cuanto más estudio las religiones, más me convenzo de que el hombre nunca ha adorado a nada más que a sí mismo.”  — Sir Richard Francis Burton
“Cuanto más estudio las religiones, más me convenzo de que el hombre nunca ha adorado a nada más que a sí mismo.” 
— Sir Richard Francis Burton

lunes, 24 de septiembre de 2012

Privilegios de la Iglesia ¿a discusión?


En Argentina estamos en este momento en la fase preliminar del debate para la reforma del Código Civil, al cual se pretende modernizar radicalmente, incorporando nuevos derechos e instituciones y prácticas no reconocidas o no previstas a fines del siglo XIX, como el matrimonio entre personas del mismo sexo y el llamado “alquiler de vientres”. Se están realizando audiencias públicas en distintos puntos del país, en las que exponen legisladores y expertos de distintas disciplinas convocados para opinar, además de organizaciones civiles de todo tipo.

En las audiencias, participando como cualquier otro aunque claramente no vistos de esa manera por quienes los convocaron, han aparecido los jerarcas de la Iglesia Católica (y sus testaferros) para dar su parecer (es decir, para exponer humildemente la Verdad Absoluta que el Creador del Universo les ha pasado a ellos por línea directa). No expondré aquí los argumentos que presentan contra los derechos reproductivos, contra las mujeres y los homosexuales, porque ya todos los conocemos hasta el hartazgo, al igual que sus refutaciones (o deberíamos). Sólo mencionaré dos asuntos sobre los cuales los obispos no han tenido nada para decir hasta ahora.

Uno de estos asuntos es la moción, presentada por la Coalición Argentina por un Estado Laico (CAEL), de que se le quite el estatus de “persona de derecho público” a la Iglesia Católica Apostólica Romana de Argentina. Tal estatus pone a la ICAR al nivel de una institución del Estado, lo cual, entre otros privilegios, implica que sus bienes son inembargables. No hace falta aclarar que ninguna otra religión o secta tiene esa calidad; todas ellas son de derecho privado, como una empresa o una ONG. Hasta ahora no he leído a ningún jerarca eclesiástico hablar de este tema, probablemente porque ningún periodista se ha animado a preguntarle.

El actual fermento social de rediscusión de las leyes fundamentales me lleva a hablar del otro asunto, que no pasa estrictamente por el Código Civil, pero que tiene que ver con éste y con la eliminación de privilegios institucionales. Un decreto-ley firmado por la última dictadura militar es el único fundamento por el cual el Estado nacional paga a obispos en actividad y obispos eméritos altísimos sueldos. No se trata, como algunos apólogos de la Iglesia insisten, del cumplimiento del vergonzoso artículo 2º de la Constitución Nacional, que impone al Estado el deber de “sostener” el culto católico: el decreto es de 1977 y los obispos se las habían arreglado hasta entonces. Tampoco parece muy correcto decir que sostener un culto es pagarle a sus funcionarios. El Estado sostiene de hecho al culto católico otorgándole exenciones impositivas, pagándole una asignación por cada seminarista (fruto de otro decreto militar) y sobre todo subsidiando indirectamente la enseñanza de la doctrina y el dogma católicos en las escuelas confesionales. La reforma del Código Civil tendrá que arrastrar consigo, imagino, a muchas leyes accesorias y relacionadas. El Estado argentino viene revisando y retirando rémoras de la dictadura desde hace un tiempo; cualquier disposición legal dictada por un gobierno ilegal puede y debería ser anulada cuando es manifiestamente injusta. Sin embargo los únicos reclamos en este sentido vienen de ONGs con escaso apoyo político o repercusión mediática.

Ningún periodista de alto perfil le ha preguntado recientemente, que yo recuerde, a un obispo si le parece correcto ganar un sueldo considerable pagado por el Estado. Ningún legislador nacional ha planteado, en la discusión sobre el Código Civil, la anulación de este privilegio, que es en parte consecuencia del tratamiento especial que recibe la Iglesia. (Elisa Carrió lo hizo en 2008, sin encontrar eco.) El Estado argentino abona los sueldos de funcionarios nombrados por otro estado —de hecho, nombrados por el líder monárquico y vitalicio de un estado teocrático— gracias a una concepción de la Iglesia como estamento fundamental de la Nación. En la Iglesia no han faltado voces en contra de esta potencialmente peligrosa mezcla de intereses, pero hasta ahora nadie las ha escuchado. Se dice que el mismo cardenal Jorge Bergoglio pretendía reformar la economía de la Iglesia argentina para que ésta pudiese sostenerse sola, pero no me consta, y por razones obvias no muchos de sus obispos habrán estado de acuerdo. Los que se permiten decidir sobre la vida, la salud y la felicidad de tantos que nunca los eligieron como representantes, ¿no tendrán nada que decir sobre sus propios privilegios? ¿O ya se creyeron sus propias excusas?

jueves, 20 de septiembre de 2012

El Papa pide

Lo que el Papa pide a los africanos… Click para ver más grande.


La noticia original, en la caverna. Todavía no son tan claros para expresarse, estos católicos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La inocencia de los musulmanes

El 11 de septiembre pasado un grupo de personas asaltaron una embajada estadounidense y la incendiaron, matando al embajador, durante una protesta provocada por una película (no producida por el estado norteamericano, ni distribuida por la embajada de dicho país, ni nada parecido) que ofendía su religión. Casi no hay nadie en el planeta que al leer la frase anterior pueda dudar de qué religión eran los asesinos, pero por si acaso fuera así, se trataba del islam; el país fue Libia. Los manifestantes también mataron a otros tres funcionarios en un asalto al convoy que iba a rescatar a las víctimas del incendio. En Egipto otro grupo de manifestantes irrumpió en la embajada de Estados Unidos y arrancó su bandera para poner en su lugar una negra con las palabras de la profesión de fe islámica.

La película, titulada La inocencia de los musulmanes, es una producción de ínfima calidad de un tal Sam Bacile, que dijo ser judío israelí y que vive o vivía en California. Se dijo que fue promovida por el pastor evangélico quema-Coranes, Terry Jones, y por dos cristianos egipcios. El nombre Sam Bacile es con seguridad un pseudónimo. Al igual que en el caso del libro de Salman Rushdie, Los versos satánicos, y de las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten, es seguro que la inmensa mayoría de los manifestantes dispuestos a incendiar edificios y matar a personas inocentes a causa de la película jamás la vieron. De hecho sólo se conocía un trailer de 14 minutos publicado en YouTube.


Resulta interesante leer algunas de las reacciones ante el ataque y los muertos. Los políticos, siempre políticos, se manifestaron según sus prioridades. Hillary Clinton dijo que “…este video es repugnante y condenable (…), profundamente cínico, para denigrar a una gran religión y provocar enojo.” Sólo después de este preludio aclaró: “Pero como dije (…), no hay justificación, ninguna en absoluto, para responder a este video con violencia.” ¿Pero? ¿Una gran religión? No sé qué querrá decir que una religión es grande, pero seguramente una religión que en catorce siglos no ha producido ninguna forma popular más civilizada que estas hordas de asesinos de ofensa fácil no es una gran religión en ningún sentido concebible excepto el de la cantidad y el del terror que puede inspirar.

El sitio web Global Voices, que recoge noticias independientes de todas partes del mundo, reunió algunas de las reacciones dispersas de personas comunes en Twitter. Llama la atención cómo muchos libios, musulmanes o no, ofendidos o no, demostraron tener sus prioridades morales mejor situadas que Hillary Clinton. O que el Director de la Sala de Prensa del Vaticano, Federico Lombardi, que dijo:
“El respeto profundo por las creencias, los textos, los grandes personajes y los símbolos de las diversas religiones son una premisa esencial de la convivencia pacífica de los pueblos. Las consecuencias gravísimas de las injustificadas ofensas y provocaciones contra la sensibilidad de los creyentes musulmanes son una vez más evidentes en estos días, por las reacciones que suscitan, también con resultados trágicos, que a su vez hacen más profunda la tensión y el odio, desencadenando una violencia del todo inaceptable.”
Unas sesenta palabras para justificar el asesinato de inocentes en nombre del respeto a las creencias de los fanáticos asesinos, un párrafo entero para condenar sólo al final el asesinato (¡por 14 minutos de video!)  como “violencia inaceptable”. ¿Por qué dice que es inaceptable algo que él mismo acaba de describir casi como una consecuencia automática y lógica de “ofensas y provocaciones”?

Esto, además, de parte del vocero de un estado que en el pasado reciente se alió con los estados teocráticos islámicos para exigir la supresión del discurso crítico a las religiones y castigos legales a la “blasfemia”, la “profanación” y la ofensa a los delicados sentimientos de los extremistas, hasta que se dieron cuenta de que los extremistas (en Pakistán, en la India, en Nigeria) estaban matando católicos y —peor aún— quemando iglesias.

La provocación puede ser irresponsable, pero la respuesta a la provocación no es responsabilidad del provocador. Los seres humanos no funcionamos mecánicamente a nivel social; no toda acción tiene que acarrear inevitablemente una reacción (y desde luego, el incendio de una embajada no es una reacción equivalente en fuerza a una burla a Mahoma). Quizá los políticos alguna vez se metan este principio en la cabeza y aprendan a no justificar implícitamente a los asesinos autonombrados defensores de la religión. Y mejor aún, a no aliarse con ellos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Castración a los homosexuales, en nombre de Cristo

De a poco y con grandes esfuerzos, las personas tradicionalmente denigradas y discriminadas por el cristianismo van librándose del rechazo que la religión más poderosa de Occidente consagró hace tiempo en leyes. Resulta lamentable comprobar que, incluso donde el estado ya no reconoce la autoridad de la religión, hay individuos que siguen siendo sus víctimas, en parte voluntarias, por no haber conocido nunca la libertad.

Tal es el caso de un joven australiano (cuyo nombre no se ha dado a conocer por razones legales) que tuvo la mala fortuna de pertenecer a una secta cristiana cuando a los 18 años se reconoció homosexual. La secta, conocida como los Exclusive Brethren (“Hermanos Exclusivistas”), es un subconjunto de los Hermanos de Plymouth: un grupo particularmente cerrado de evangélicos conservadores, como su nombre bien lo indica, cuyas leyes internas obligan a rechazar incluso a los miembros de la propia familia (dejar de hablarles, expulsarlos de la casa) si dejan de pertenecer a la congregación.

Cuando este desdichado joven planteó su “problema”, un líder de su iglesia lo envió a Mark Christopher James Craddock , un médico perteneciente a la misma secta, para que lo “tratara”. Tras una consulta de apenas 10 minutos, sin referir al paciente a un psicólogo ni advertirle de los efectos secundarios, Craddock le recetó ciproterona acetato, una droga que se utiliza (entre otras cosas) para tratar los trastornos sexuales, como las parafilias (perversiones). En altas dosis esto no es ni más ni menos que una forma de castración química.

Eso fue en 2008. La buena noticia es que Craddock acaba de perder su licencia médica. La mala es que a los 75 años ya no le quedaba mucho tiempo para seguir ejerciendo, de todas maneras, y nadie puede saber ahora cuántas jóvenes vidas habrá arruinado, durante un tiempo o para siempre. La peor noticia es que los Hermanos Exclusivistas jamás pagarán el precio de todo el mal (físico y psíquico) que su religión ha infligido a sus miembros.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Circuncisión a debate (parte 4)

Hace un tiempo hablé del debate sobre la moralidad y legalidad de la circuncisión infantil. Un tribunal alemán recientemente prohibió la circuncisión infantil; a los que defienden la idea de que la circuncisión se hace por motivos higiénicos o de salud, le opuse la clarísima exposición de los motivos (originales) de la circuncisión según el rabino Maimónides; y finalmente traduje y comenté una diatriba del judío étnico y sacerdote anglicano Giles Fraser contra la crítica liberal de la circuncisión no consentida. Fraser no puede dejar de hablar del tema, aparentemente, porque luego de profesar su preferencia por la comunidad por sobre el individuo y declararse defensor de la imposición de valores y de pertenencia étnica literalmente a punta de cuchillo, escribe ahora un artículo aún más claramente antiliberal. A diferencia del anterior, con el que uno podía coincidir o discrepar según su ideología, en éste Fraser propone una analogía que hace objetivamente ridículo su argumento. El título ya es una declaración de guerra: Dígale hola a la retorcida ideología de la elección. Lo que sigue es un recorte:
Hace poco defendí la circuncisión en The Guardian y me inundaron de cartas diciéndome que era un abusador de niños y que la circuncisión masculina es como la mutilación genital femenina. Pero en general todos los argumentos hablaban de la elección.

Aparentemente sólo la posibilidad de elección hace correcto algo.

Así que quiero que imaginen un experimento liberal ridículo, inspirado por la idea filosófica de que los padres no deberían imponer su cosmovisión a su hijo. Imaginemos que unos padres locos decidieran no enseñarle a su hijo ningún idioma.

Después de todo, un idioma como el inglés está impregnado de un conjunto de valores y presunciones. ¿Por qué no, entonces, mantener apartado al niño de todo idioma, y cuando llegue a la adultez permitirle que elija por sí mismo?

¿Por qué es esto una locura? Porque aprender un idioma no cierra opciones. Al contrario, es la mismísima base sobre la cual se hacen posibles las elecciones. Es una precondición para la posibilidad de entendimiento.
En la antigüedad la cuestión de si el don del lenguaje era innato y si existía una lengua primitiva e instintiva era objeto de debate (Umberto Eco habla extensamente del tema en su genial La búsqueda de la lengua perfecta). Se dice, con verdad o no, que se hicieron experimentos con niños a los que se les cuidaba y alimentaba pero no se les hablaba jamás, para ver si las palabras les brotaban espontáneamente, quizá en latín, en griego, en hebreo o en la mítica lengua de Adán que se perdió en Babel. Hoy sabemos que un niño que no escucha palabras no aprende a hablar, y sería efectivamente una locura y una inmoralidad, un crimen espantoso, privar a un niño del habla de esa manera.

¿Qué tiene que ver esto con la mutilación del prepucio de los bebés? Absolutamente nada. La circuncisión no abre ninguna opción. Tampoco la cierra, excepto la opción de tener el pene intacto y ser libre de circuncidarse cuando uno lo desee. La mayoría de los varones a nivel mundial no estamos circuncidados y no sufrimos por ello, mientras que si nuestros padres nos hubieran negado el habla sí sufriríamos, y mucho. Si uno no está circuncidado, puede elegir circuncidarse cuando sea mayor; si uno no aprendió a hablar de chico, es neurológicamente imposible que lo aprenda de grande.

El argumento de Fraser para apoyar la circuncisión se basa en la pertenencia comunitaria: “Ser introducido a una comunidad de valores es una precondición para poder entender el mundo moralmente.” Es decir que si uno no recibe de sus padres los valores de la comunidad a los que pertenece, no podrá luego vivir en esa comunidad. Esto puede ser parcialmente correcto. De hecho lo es en las comunidades típicamente religiosas, conservadoras, cerradas y en general espantosas en las que Fraser evidentemente piensa como modelo, aunque probablemente él no viviría en ellas jamás. En una comunidad judía ultraortodoxa, imagino yo, un varón no puede no estar circuncidado (tampoco puede afeitarse la barba), de la misma manera que una mujer no puede vestirse como desee. En muchas comunidades (musulmanas y cristianas, africanas y asiáticas especialmente) una mujer no puede ser considerada respetable a menos que le corten el clítoris y le cosan los labios vaginales. Para Fraser esto debería ser correcto, más allá de la gravedad del daño infligido y de sus efectos, porque a fin de cuentas la posibilidad de elección individual tiene menos valor que la pertenencia a la comunidad: sería (en estos términos) perjudicial para la mujer tener su vagina y su clítoris intactos, porque no podría asumir los valores de su comunidad y su comunidad a su vez la repudiaría.

No sólo la analogía con el idioma falla, sino que además me es imposible entender cómo alguien puede creer que cortarle el prepucio a un bebé equivale a hacerlo miembro de una comunidad. Mucho menos, que una mutilación o una cicatriz o marca corporal sea una “precondición para la comprensión moral del mundo”. ¿Está diciendo que los padres judíos no pueden inculcar valores sin recurrir al cuchillo del mohel? Qué idiota.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Obispos de Kenya reclaman sexo sin protección

Siempre digo que la verdadera cara de la religión se ve en las épocas y lugares en los que tiene capacidad real para imponer sus doctrinas, que son generalmente aquellos donde la política secular está ausente o mira para otro lado, la educación falta y la pobreza reina. El caso de la polifacética Iglesia Católica es bien conocido. En el mundo desarrollado y en muchas de las grandes urbes de América Latina al catolicismo no le queda más que protestar contra las medidas que buscan, por ejemplo, librar a las mujeres del rol de úteros ambulantes al que las condenan la cultura y la religión tradicionales. No así en otros lugares, donde la palabra de los obispos tiene un peso político mucho más marcado. Allí la retórica moralista, moderada, falsamente respetuosa, desaparece del discurso clerical.

Esto es lo que tenían que decir los obispos de Kenya sobre una iniciativa internacional de planificación familiar a la que el país se unió recientemente, y que dedicará 4.200 millones de dólares a la promoción del acceso a los anticonceptivos para mujeres en países pobres:
Esta iniciativa de agencias extranjeras, cuyos motivos apenas comprendemos (…), podría llevar a la destrucción de la sociedad humana y, por extensión, de la raza humana. No podemos permitir que nuestro país sea parte de una agenda internacional manejada por fondos extranjeros, perdiendo así nuestra independencia y nuestros valores africanos de familia y sociedad. Las mismas fuerzas extranjeras están dedicando millones a promover las uniones homosexuales mientras millones de mujeres mueren por falta de instituciones de cuidado materno. Más aún, el uso de anticonceptivos, especialmente en forma tan radical (…), es deshumanizante y va en contra de la Enseñanza de la Iglesia, especialmente en un país como Kenya, donde la mayor parte de la gente es cristiana y temerosa de Dios.
Hay que decir que los puntos aquí cubiertos muestran un admirable poder de síntesis. Todo está ahí, en orden:
  1. La apelación a los sentimientos xenofóbicos y conspirativos (“agencias extranjeras cuyos motivos apenas comprendemos”).
  2. La hipérbole sobre la extinción humana, que la Iglesia ya asume con naturalidad dentro de su fantasía paranoica de la “cultura de la muerte”, en el cual se incluye todo desde los preservativos hasta el lesbianismo.
  3. Otra vez la xenofobia, el nacionalismo y la tradición (“nuestra independencia y nuestros valores”).
  4. El codazo irrelevante (pero necesario, dada la obsesión de los obispos con el sexo gay) al matrimonio homosexual.
  5. La sensata pero engañosa idea de que se podrían gastar más recursos en maternidades y menos en anticonceptivos (cuando de hecho no hay sistema de salud que soporte una carga demográfica que crece aceleradamente).
  6. La presunción de que la “Enseñanza de la Iglesia” (es decir, la palabra de quien escribe, elevada a estatus de dogma indiscutible) es representativa de la mentalidad del pueblo y por tanto vale más que cualquier iniciativa estatal.
Todos estos elementos son tópicos tan trillados que uno puede imaginarse que existe una plantilla estándar o molde para aplicarlos a estos documentos o declaraciones, sin importar de qué país se trate. (Creo que con mis modestas dotes de programador podría escribir un “Generador de Documentos Episcopales”, con unos pocos parámetros variables para el caso, en una o dos horas, máximo.)

Lo único ligeramente fuera de lugar es la acotación de que el uso de anticonceptivos de la forma propuesta es “radical”. ¿Qué cosa no sería “radical”? ¿Qué cosa sería realmente radical? Si me preguntaran, una educación sexual laica, científica y crítica. En el sentido estricto y etimológico, atacaría la raíz del problema: la idea —reforzada religiosamente— de que las mujeres están hechas para ser máquinas reproductoras, que sólo existen para ser madres. Esta idea de que la reproducción es la función primaria del ser humano y de que no puede obstaculizársela de ninguna forma (¡ni emplear los órganos sexuales para otra cosa!) es lo que yo encuentro personalmente “deshumanizante”. Lo que la Iglesia propone es que tengamos, literalmente, sexo como animales: “natural”, sólo reproductivo, sin placer, sin previsión, sin verdadera elección.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Defensa equivocada

El caso de la niña pakistaní Rimsha Masih ya ha sido ampliamente difundido por la prensa, así que no daré detalles. Baste decir que tiene 13 años (al principio se dijo que eran 11), padece síndrome de Down, y el imán de su barrio, Khalid Jadoon, la acusó de haber quemado unas páginas de un libro que incluía partes del Corán, “crimen” para el cual la ley contra la blasfemia de Pakistán, inspirada en las bárbaras prescripciones de la sharia islámica, prevé la pena de muerte. (Hace unos días Jadoon fue arrestado bajo sospecha de haber arrojado él mismo hojas del Corán a la pila de papel que Rimsha había quemado.)

Pakistán es un ejemplo de cómo el islam envenena a una sociedad. El islam, a su vez, es para el cristianismo en particular un espejo donde contemplarse y reflexionar sobre los frutos de implementar leyes que castigan “crímenes” como la blasfemia. La Iglesia Católica viene pidiendo, por los canales políticos habituales, que se anule la ley anti-blasfemia pakistaní, que ya ha sido causante de persecución y muerte de muchos cristianos en ese país. Pero sus argumentos son huecos, porque no apuntan al corazón de la cuestión, que está cerca, demasiado cerca, del propio corazón de la intolerancia cristiana.


Rimsha Masih es hija de padres cristianos (siguiendo la atinada y repetida recomendación de Richard Dawkins, no diré que es cristiana: no lo es, no tiene edad para discernir eso; sólo pertenece a una familia cuyo padre se dice cristiano) y creo que no es muy cínico de mi parte suponer que es por eso que el cardenal Jean Louis Tauran, Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, aparece en los medios defendiéndola. (Los musulmanes de distintas sectas suelen acusarse de blasfemia y matarse entre sí, o matar a hindúes o a judíos, pero ningún cardenal católico deplora esas muertes.) Pero Tauran yerra al blanco.

No es asunto de importancia que la niña tenga síndrome de Down o algún tipo de retraso madurativo o cognitivo. No es asunto de importancia que no sepa leer ni escribir. Tampoco es si quemó el Corán, si lo hizo a propósito, si quemó más o menos hojas. No hay necesidad de “comprobar los hechos” o de tener cuidado al afirmar que “un texto fue objeto de burla”. Aunque la niña hubiera usado el Corán para limpiarse el culo, la ley de un país civilizado no tendría nada que hacer al respecto.

Hay que decir que otros jerarcas católicos han pedido, en otras ocasiones, que se anule esta ley contra la blasfemia y otras similares, como la de Nigeria. Mientras tanto, sin embargo, también hacían lobby a favor de una ley antiblasfemia en Irlanda y de la aplicación de la ley de “ofensa a los sentimientos religiosos” a Javier Krahe por su “Cristo al horno”, lo cual debilita un tanto sus propios argumentos. Que una ley castigue la blasfemia o la profanación o la ofensa a las cosas sagradas con la muerte o con una multa es irrelevante en este punto.

“Parece imposible que la niña mostrara ningún desprecio por el libro sagrado del islam”, según Tauran. Pero ése no es el punto, cardenal. Podríamos creer que estas palabras son un intento honesto de encontrar un resquicio para que Rimsha se salve, si el Vaticano, para el cual trabaja el cardenal, no se aliara con las teocracias y dictaduras islámicas en los foros internacionales donde se discute la libertad de expresión y de religión. Desde aquí, la verdad, no se los ve muy honestos en su lucha por una verdadera libertad religiosa.

¡Recuerden que el 30 de septiembre es el Día de la Blasfemia!